CABO DE LA VELA.
El cabo de La Vela es un accidente costero al sur del mar Caribe; se encuentra situado en el extremo norte de Suramérica, específicamente en la península de la Guajira en Colombia . La parte norte posee una altura de 47 msnm.
Cuenta la tradición oral que Alonso de Ojeda cayó prosternado frente al mar Caribe, en las areniscas blancas de sus playas, cuando arribó al Cabo de la Vela después de navegar durante largos días con destino incierto. El adelantado español fue el descubridor de aquel pedazo de paraíso terrenal habitado por una gran parte de la etnia wayuu y lugar de encuentro de los pescadores de la isla de Cubagua, de Venezuela, antes de que emprendieran la migración para fundar, sin saberlo, lo que después sería la ciudad de Riohacha.
Ojeda, un aventurero español y navegante sin rumbo, había descubierto el Lago de Maracaibo en medio de las andanzas que sucedieron a sus primeros viajes con Cristóbal Colón. Al Cabo de la Vela lo llamó Coquivacoa, convencido de que había descubierto una isla como las otras que encontró en su largo recorrido y las que tomaría para gobernar a su antojo. Pero el Cabo de la Vela no era isla, sino un hermoso paraje de desiertos sin diamantes, rancherías sin tiempo y vientos nocturnos que en la madrugada van a morir en las aguas salitrosas de Manaure, el municipio blanco de La Guajira.
El Cabo de la Vela es un destino obligado para los viajeros, aventureros y turistas de Europa, América y del resto de Colombia. Primero llegan a Riohacha en oleadas, cuando la temporada de vacaciones les favorece. Así, se confunden en la Avenida La Marina, de la capital guajira, canadienses, holandeses, italianos, británicos, españoles, argentinos y chilenos, quienes según el registro de inmigración son los que más se deciden por ese minúsculo paraíso en el que las mujeres y hombres wayuus revelan su universo gastronómico de excelencia y sus artesanías de mil colores.
El Pilón de Azúcar es un lugar sagrado que sirvió de guía a los primeros pobladores que navegaban perdidos por las aguas del mar Caribe. Posteriormente, aquel promontorio blanco, de ascenso escarpado y enclavado en el mar, comenzó a ser adorado por los indígenas wayuu, que le llamaron Kamaici. En wayuunaiki, lengua de los nativos, el vocablo significa “Señor de las cosas del mar”.
Después de recorrer el Malecón y caminar por el Parque de los Cañones —donde se erige la estatua del desmitificado Nicolás de Federmán, falso fundador de Riohacha y quien sólo alcanzó a llegar hasta el Cabo de la Vela—, los turistas fijan su objetivo en este sitio, que en tiempos inmemoriales se constituyó en un centro perlero de gran importancia.
Entonces, viajan durante hora y media por una carretera pavimentada hasta llegar al municipio de Manaure, población indígena que deriva su sustento del fruto de las charcas productoras de sal. De allí, en medio de una travesía de dos horas y quince minutos por el desierto de tunas, trupillos y cactus, arriban al Cabo de la Vela, donde se prolongan las rancherías milenarias de los indígenas wayuus que, poco antes, pudieron ver a lado y lado de las trillas.
En el Cabo de la Vela, los chinchorros y las hamacas, por ejemplo, servirán para colgarlas en las esquinas de los kioscos construidos en madera y barro a la orilla del mar. Allí duermen, tal vez acompañados por el calor lejano de las fogatas de medianoche y la brisa del nordeste que viene del mar y se cuela por los espacios abiertos de las enramadas de palma o de las cabañas cuyos techos son construidos en yotojoro.
Dominicana y Cuba. Además, geográficamente constituye el extremo de Suramérica, circunstancia que seduce a los viajeros del mundo, sobre todo si existen lugares exóticos e historia antiquísima.
Otro atractivo es la etnia wayuu, ‘dueños’ del Cabo de la Vela por tradición y ancestro.
Más atractivos del Cabo.
El principal atractivo del Cabo de la Vela son sus playas limpias, blanquísimas y de difícil comparación con otras de Colombia, pues los turistas señalan que sólo pueden ser vistas en los paraísos de otros países como México, República velan sus costumbres, su cultura expresada en la yonna y otros sueños, las artesanías bordadas con admirable exquisitez y los ancianos, cuya sabiduría facilitan las rondas de turistas que deciden entrar a la fantasía y al mito.
Y para culminar, están los pargos rojos, sierras y mojarras, aparte del friche, la chicha y el arroz de fríjol, cuyo consumo, a la hora del almuerzo, permitirá una siesta en la que se instala el sueño en medio de las voces lejanas y el ruido de las olas del mar que para usted —si se anima a visitar el Cabo de la Vela— podría ser el de las almas de los wayuu muertos, que a esa hora deciden vagar por los alrededores de Jepirra.
como llegar.
ESPECIFICACIONES DE LA RUTA.
Al oriente de Santa Marta –ciudad turística situada en una de las más hermosas bahías del mar de las Antillas–, después de atravesar la zona portuaria, la Troncal del Caribe se convierte en una vía pavimentada que asciende por la zona amortiguadora de la Sierra Nevada de Santa Marta, muy cerca del litoral del mar Caribe.
En este segmento están en su orden Mamatoco, Bonda, Calabazo, La Revuelta, Zaino, Guachaca, Puerto Nuevo y Buritaca. Estos caseríos, aislados y primitivos, que nacieron de la necesidad de comercializar productos y cultivar cacao, plátano y caña, están en la carretera como paradores, ideales para hacer una escala en este recorrido.
Luego viene el descenso hasta Palomino, corregimiento ubicado en inmediaciones de la zona costera, en los límites departamentales de Magdalena y La Guajira, un lugar de parada obligada pues con un poco de suerte se puede ver parte de la estructura de la Sierra Nevada, incluidos sus dos picos cimeros, el Simón Bolívar y el Cristóbal Colón.
La autopista continúa por amplias llanuras en las que tiene que traspasar los valles aluviales de los ríos Palomino, Ancho, Cañas y Jerez, para atracar finalmente en Camarones, un caserío de pescadores, cubierto de ciénagas, zonas de mangle, playones salinos y una cadena de lagunas donde permanecen la mayor parte del tiempo los famosos flamencos rosados.
Al salir del poblado, en dirección norte, un tramo de la vía recuerda, por sus impresionantes proporciones y por el tamaño de la señalización, su antigua vocación de pista aérea; y luego, con sus dimensiones habituales, llega hasta Riohacha, la capital departamental.
Desde allí es posible acceder a los dos caminos que conducen al Cabo de la Vela, al carreteable que sigue la orilla del mar, en Mayapo y que por las inclemencias del clima sólo puede ser utilizado durante los meses de diciembre a febrero, y a la recta que conduce a Cuatro Vías, con acceso permanente.
Como su nombre lo indica, en el entrecruce Cuatro Vías se encuentran las carreteras hacia Maicao, al oriente; El Cerrejón, al sur; Santa Marta, al occidente, y Uribia, al norte. Esta última vía es pavimentada y discurre paralela a la carrilera del tren que conecta El Cerrejón con Puerto Bolívar, en Bahía Portete.
Durante los 82 kilómetros que hay que transitar por la carretera entre Cuatro Vias y San Martín, 45 de los cuales son destapados en condiciones aceptables, es probable que se encuentre con el imponente ferrocarril de 100 vagones que transporta diez mil toneladas de carbón hacia el puerto.
Así, acompañado por el sonido de la locomotora, se llega al desvió a San Martín, al camino que aterriza en el destino final, el Cabo de la Vela para el visitante, y la tierra de los indios muertos para los wayuú.